jueves, 24 de febrero de 2011

El Sueño Peruano

Morro Solar - 130 años después


Por: Juan Carlos Flórez Granda (*)

Hoy se celebra un año más de la Batalla de San Juan ocurrida el 13 de enero de 1881. Hace 130 años cerca de 18,000 peruanos de toda condición social dieron de sí en la primera línea para defender Lima de la inminente invasión chilena a la capital. En esta se dieron muchas pruebas de heroísmo, unas con esfuerzo sobrehumano y otras con la vida, donde la sangre, mudo testigo de estas proezas, se mezcló con la tierra que hoy día pisamos frecuentemente cuando nos dirigimos hacia San Juan y Villa o visitamos el Morro Solar, hoy totalmente abandonado.
Acerca de este último debemos hacer un "mea culpa" sobre la defensa de esta área de terreno donde varias instituciones particulares hemos contribuido con nuestro granito de arena para mantenerlo intangible por razones históricas, recibiendo el eco de autoridades del gobierno central. 
Por un lado, se ha logrado detener el proceso de construcción (podríamos denominarlo "legal" para fines de este artículo), pero no nos damos cuenta de las constantes construcciones ilegales que están minando toda la pared externa del Morro con la venia silenciosa de la autoridad municipal.
Es lamentable ver como poco a poco lo que antes era un cerro y arenal hoy es un cúmulo de casas de material precario que van expandiéndose hacia las alturas del Morro y que va borrando todo vestigio de la pasada guerra. Por ejemplo, del zigzag construido hacia el lado Este (todo el brazo de Marcavilca), que servía para subir material de artillería y personal, hoy solo queda un pequeño tramo en la parte superior. Por la subida principal, asfaltada, que lleva hacia el abandonado monumento al soldado peruano podemos apreciar que solo falta techar un tramo de la subida para que las viviendas sigan poblando cerro arriba. Por último, donde quedaba la antigua batería provisional (cerro Calavera) y mira hacia el hoy Estadio Municipal, las construcciones ilegales han poblado toda el área utilizando las bases de las antiguas plataformas como zona de mezcla de cemento. Por cierto, caminar o recorrer esas zonas se han vuelto cada vez más peligrosas porque los pobladores ahora lo reclaman como propiedad suya si uno se atreve a acercarse. Ni hablar de los monumentos que solo lucen decentemente lo poco que les queda cada 13 de enero, cuando se realiza la ceremonia oficial.
Lo irónico del caso es que estas invasiones, fuera de estar lotizadas, cuentan ya con alumbrado eléctrico y estimo pasarán unos 5 años más para que el complejo del Morro Solar se convierta en un cúmulo más de cerros poblados. 
Es entendible que la necesidad social (no lo llamo problema), de buscar un terreno para poder vivir es un tema que compete las autoridades pero estos deben de salvaguardar también los intereses patrimoniales de toda la sociedad. Es un tema en el que no podemos voltear la mirada y la Municipalidad de Chorrillos debería tomar un rol más activo, quizás cercando el perímetro para evitar futuras invasiones como lo hizo con los pantanos de Villa o planteando otra alternativa más viable en defensa del patrimonio y también de la seguridad de los pobladores, puesto que al ser el Morro una formación rocosa y estando las viviendas bajo estas, no tardará como ocurre en un país como el nuestro, un sismo de regular intensidad y se desate una tragedia de mayor envergadura, producto de la mala planificación, indiferencia o como se le quiera llamar.
Hablando figurativamente, se ha ganado una batalla evitando la construcción de viviendas en la zona de La Chira – Herradura pero por otro lado estamos perdiendo de lejos por la actitud silenciosa de las autoridades que permiten la población ilegal de un territorio que pertenece a la memoria histórica del Perú.
Habría que preguntar, si se pudiera, a los miles que murieron en 1881 y si nos remontamos unos siglos atrás, a los pobladores de la cultura Lima si alguna vez pensaron siquiera poblar una zona sagrada donde enterraban a sus muertos.
El Morro Solar fue, el 13 de enero de 1881, el último bastión de la defensa de Lima en Chorrillos. Hoy es el último bastión de la memoria histórica de esa época. Estamos todavía a tiempo para corregir errores, para dar sentido a los defensores del pasado. Si no hacemos nada llegará un día, así como ocurrió con los campos de San Juan, que el Morro Solar desaparecerá de la memoria histórica peruana para pasar a ser un promontorio habitado más de tierra y arena que adorna nuestra ciudad.

(*)Investigador de la Guerra del Pacífico.
Director de la Sociedad de Estudios Históricos 
Coronel ArnaldoPanizo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Ayacucho: el honor y los muertos

CRÓNICAS DE LUZ Y SOMBRA

Luciano Álvarez - El País Digital (España)

Según las Historias Patrias, la última batalla de la independencia americana tuvo lugar el 9 diciembre de 1824 en la pampa de la Quinua, a 2.761 metros sobre el nivel del mar y cerca de la antigua ciudad de Ayacucho, al sur de la sierra central del Perú.

Allí estuvieron frente a frente -siguiendo a las Historias Patrias- el ejército patriota comandado por el general Antonio José de Sucre frente a los españoles comandados por el virrey José de la Serna e Hinojosa.

Era el final de quince largos años de batallas sobre el territorio más extenso que guerra alguna había conocido hasta aquel entonces.

El principio del fin había comenzado casi cinco años atrás, el 1° de enero de 1820 cuando se preparaba en España un ejército destinado a combatir la revolución. Ese día, el teniente coronel Rafael de Riego, que mandaba el batallón de Asturias, se sublevó para restaurar la Constitución liberal de Cádiz (1812) e iniciar lo que la historia española llama el trienio liberal.

Desde ese momento cesaron los envíos de tropas y suministros a los ejércitos españoles de América.

A esa altura -si exceptuamos Cuba y Puerto Rico- sólo el virreinato del Perú se mantenía bajo la autoridad española.

En 1821 desembarcaron las tropas de San Martín y se dirigieron a Lima. El virrey la Serna -un liberal- "luego de negociar brevemente y con poco entusiasmo con San Martín sobre la posibilidad de poner un Perú autónomo bajo el mando de un príncipe Borbón, evacuó Lima en julio de 1821 y llevó su ejército a la sierra, en donde estableció su cuartel general al comienzo en Huancayo y luego en Cuzco". (John Fisher, El Perú Borbónico).

Mientras tanto, San Martín proclamó la independencia del Perú (julio de 1821) y continuó parsimoniosamente una guerra de grandes marchas y pequeñas acciones.

En setiembre de 1822, luego de la célebre entrevista de Guayaquil, San Martín se retiró para siempre de América, dejándole el campo libre a Simón Bolívar.

Pocos meses más tarde terminaba el trienio liberal en España, cuando el 7 de abril de 1823, un ejército francés -los Cien Mil Hijos de San Luis- llamado por el nunca suficientemente denostado Fernando VII, venció a los liberales. Se restauró el absolutismo, se asesinó y encarceló a los liberales.

Esta situación tuvo su réplica en Perú en enero de 1824. El general español Pedro Antonio Olañeta, con los 4.000 hombres de su división, declaró la guerra a los liberales españoles y se autoproclamó "único defensor del altar y del trono". Unos meses antes había llegado Simón Bolívar al Perú, para terminar con la resistencia española.

El virrey y teniente general la Serna comandaba un ejército de 9.310 hombres con 1.000 caballos y 14 cañones; su principal general Jerónimo Valdés y buena parte de la oficialidad, eran liberales. Este ejército de español tenía sólo las banderas: los oficiales eran criollos y los soldados, quechuas, aymaras, mestizos y negros. Sólo había un 5 por ciento de españoles.

Todo habría de terminar en la pampa de Ayacucho, "el rincón de los muertos" o "de las almas" en lengua quechua.

El virrey sabía que la guerra estaba perdida: no podía hacer más levas ni esperar refuerzos ni suministros de ningún tipo, de manera que, aun si ganaba la batalla, nada se decidiría.

Tampoco estaba dispuesto a imponer en América el absolutismo, por lo que en cualquier momento podría ser llamado a España para ser encarcelado por liberal. Ganar era prolongar la agonía, retirarse implicaba luchar con las fuerzas de Olañeta, que les odiaba más a ellos, por ser liberales, que a los independentistas; rendirse sin pelear era cometer traición y consecuentemente ser fusilados -si regresaban a España- por cobardía ante el enemigo.

Cuenta Juan Carlos Losada (Batallas decisivas de la Historia de España. Aguilar, 2004) que los oficiales españoles concluyeron que estarían más seguros si se rendían que si ganaban la batalla, pues era seguro que el enemigo les trataría mejor que sus propios compatriotas absolutistas.

Muchos de ellos habían sido compañeros de promoción en España de los generales americanos y habían combatido juntos contra los franceses, como el caso del virrey la Serna y el general José de la Mar y Cortázar, que se había pasado en 1821 al bando independentista; ambos habían luchado juntos en la defensa de Zaragoza contra Napoleón.

Se desencadenaron así, una serie de hechos misteriosos sobre los que los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio.

Lo cierto es que, a las ocho de la mañana del día 9 de diciembre de 1824, el general español Juan Antonio Monet se presentó en el campamento enemigo y conversó con el general José María Córdoba y con otros mandos americanos mientras los oficiales de ambos bandos confraternizaban. Nada se sabe a ciencia cierta sobre lo que se conversó y eventualmente negoció.

Los oficiales desayunaron y después se fueron a vestir para el combate, como si se tratase de un desfile. A las 10:30 de la mañana, Monet anunció que comenzaba la batalla.

Tantas conversaciones previas y secretas hacían predecir que se estaba urdiendo una comedia para justificar la rendición española.

Sin embargo, la batalla duró dos horas. Dicen que la Serna buscó la muerte; cargando impetuosamente cayó prisionero perdiendo sangre por seis heridas. Dicen que el General Sucre le rechazó la espada con la frase: "Honor al vencido. Que continúe en manos del valiente".

Cuando los españoles emprendieron la retirada, el general Valdés -futuro jefe del ejército liberal en las guerras carlistas de España- sentado en una piedra y ensangrentado dijo a su ayudante: "Mediavilla dígale usted al virrey que a esta comedia se la llevó el demonio".

Canterac, jefe de Estado mayor español, que había logrado reunir unos 500 combatientes, pensó retirarse a Cuzco, pero sus hombres se rebelaron y tuvo que aceptar la rendición.

En sólo dos horas de batalla los realistas, con abrumadora superioridad de artillería y el doble del hombres, sufrieron 1.400 muertos, casi todos pobres soldados peruanos y 700 heridos; los independentistas contaron 309 muertos y 670 heridos.

Todos los generales, jefes y oficiales fueron hechos prisioneros con una increíble facilidad y salieron casi indemnes; un total de 15 generales, 16 coroneles, 552 oficiales y 2.000 soldados. El resto desertó.

Tras la batalla se firmó la capitulación, que establecía la rendición total y la entrega de todas las plazas, así como la seguridad y libertad de todos los militares españoles.

Estos podrían incorporarse al nuevo ejército peruano manteniendo su graduación y honorarios, un nuevo estado que muchos aceptaron.

El honor de los oficiales quedó a salvo y las apariencias políticas y militares cumplidas, aunque para hacerlo se sacrificó la vida de miles de humildes soldados que no entendían nada de todo el montaje que se ventilaba.

Las Historias Patrias se encargarían luego de convertir a Ayacucho en un mojón de gloria, cargas heroicas y gestos caballerescos.