viernes, 29 de julio de 2011

INEHPA - Julio 2011

Fuente: El Comercio - Lima - 28 de Julio 2011
Luis Silva Nole


Uniformes, armas, cartas y pertrechos cuentan cómo fue la Guerra con Chile. Colección del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico es amplia















Lunes 13 de mayo del 2002. Cadetes de los institutos armados peruanos llevan en hombros el ataúd con los restos del soldado desconocido, acaso el hallazgo más importante que Óscar Ferreyra Hare y su esposa Marie von Oven han realizado como directores del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico (Inehpa).

Ambos, junto a un grupo de arqueólogos, habían descubierto el cuerpo del combatiente peruano el 20 de marzo de 1996, en el cerro Gramadal, en el límite de lo que hoy son los distritos de Chorrillos y San Juan de Miraflores. Se trataba del cadáver de un muchacho de unos 16 años, de rasgos andinos. Una bala enemiga había perforado su abdomen mientras él, valientemente, soportaba el avance de las tropas chilenas, el 13 de enero de 1881, en una pequeña trinchera.

Los casquillos encontrados al lado del cuerpo indicaron que el soldado desconocido nunca abandonó su puesto. La huella de un culatazo de fusil en la cabeza era muestra clara de que este héroe sin nombre, que defendió a Lima con su vida, fue víctima del llamado repase chileno.

La tierra había prácticamente momificado el cuerpo, que fue hallado con su uniforme blanco, pero sin fusil. Un detente del Sagrado Corazón de Jesús, cerca del pecho del soldado, emocionó a los descubridores.

Luego de que recibiera el homenaje del entonces presidente de la República Alejandro Toledo, el féretro del combatiente caído en la Batalla de San Juan, que tiñó de sangre peruana toda la zona del Morro Solar, es ingresado por los cadetes a la cripta que se le construyó especialmente en la plaza Bolívar, frente al Congreso de la República, en el Cercado de Lima.

DE TODO UN POCO
Hallar y conseguir piezas de la Guerra del Guano y del Salitre, que es como Óscar y Marie prefieren llamar a la Guerra con Chile (1879-1883) o Guerra del Pacífico –subrayan el afán del vecino del sur de apoderarse de esos recursos como el motor de aquella conflagración–, es la tarea que más tiempo y dinero demanda al instituto que dirigen.

Su colección privada de artículos peruanos y chilenos, distribuida en sus dos locales, de San Isidro y La Molina, es de lo más variopinta. Desenterradas, compradas o donadas, las piezas que poseen bien pueden ser parte de un museo.

Entre sus artículos estrella se cuentan un plato de la vajilla del Huáscar, con el distintivo del monitor peruano; y la espada de Remigio Morales Bermúdez, quien, entonces coronel, estuvo al mando del batallón Lima N°8 durante la victoria peruana en Tarapacá, el 27 de noviembre de 1879. Este militar, antepasado de Francisco Morales Bermúdez –presidente de facto entre 1975 y 1980– llegaría a ser primer mandatario entre 1890 y 1894.

También destacan la carabina del general peruano Pedro Silva Gil, quien fue jefe del Estado Mayor del ejército durante la defensa de Lima y murió en Huamachuco; y parte de la indumentaria militar de Belisario Suárez, otro combatiente nacional que, mientras era coronel, fue gran protagonista de la campaña del sur en la guerra.

Igualmente, sobresalen cientos de casquillos de bala de fusil y munición sin percutar, así como cajas pequeñas de municiones, todo desenterrado en 14 campos de batalla en el Perú y Chile, como el Morro Solar, La Rinconada, Alto de la Alianza, Tarapacá, Germania, San Francisco y Pisagua.

Los Ferreyra también conservan sufridas cartas de combatientes peruanos, un par de bombas del Huáscar, un cañón de retrocarga Krupp chileno y otro Armstrong peruano, no tan poderoso; botones y quepís de ambos países, morrales peruanos, corvos chilenos –cuchillos curvos que el ejército invasor usaba para el repase de heridos– y dos bombas que no explotaron y que fueron lanzadas por buques enemigos a Mollendo y Miraflores.

TROFEOS DE GUERRA
Además de banderas chilenas usadas por batallones, el instituto posee un uniforme del Séptimo de Línea, el más emblemático regimiento chileno que peleó en la guerra, y el revólver del general chileno Manuel Baquedano, cabeza de las fuerzas invasoras.

No hay un horario establecido para ver la colección. Para coordinar visitas, llame al 479-1068.

Una incontrolable pasión familiar
Óscar Ferreyra Hare (67), director general del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico (Inehpa), es ingeniero pesquero, pero lleva 20 años hurgando en campos de batalla.

La pasión por la arqueología le nació de niño, cuando excavaba en huacas. Con el tiempo contagió su amor por la historia a su esposa Marie von Oven y a Óscar, hijo de ambos.

El instituto que integran se ha especializado en la Guerra con Chile. “Trabajamos con arqueólogos. Toma tiempo poner en valor las piezas, que enseñan más que los libros de historia”, manifiesta Ferreyra.

MUSEO COMO META
“Nuestro objetivo es poner un museo para mostrar la colección que tenemos. Ojalá pronto se dé la ley del mecenazgo para conseguir donaciones de recursos”, comenta el director del Inehpa.

La Dirección de Museos y Bienes Muebles del Ministerio de Cultura informó a el comercio que la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación (28296) no prohíbe la formación de colecciones privadas de patrimonio cultural, como piezas de la Guerra del Pacífico, salvo que tengan procedencia dolosa.

miércoles, 27 de julio de 2011

Gastronomía Peruana en Chile

Pata Amarilla

Andean Tragedy - William Sater

Sater, William F. Andean Tragedy: Fighting the War of the Pacific,
1879-1884. Lincoln: University of Nebraska Press, 2007, 442 pp.

Andean Tragedy, de William F. Sater, se propone ser una síntesis completa de las causas y el desarrollo de la guerra del Pacífico entre el Perú, Bolivia y Chile (1879-1884). Existiendo ya numerosos libros con un objetivo similar —entre ellos algunos de autores clásicos como Jorge Basadre, Clemente Markham, Gonzalo Bulnes y Benjamín Vicuña Mackenna—, ¿cuál es el sitio que le corresponde a la obra de Sater?
En primer lugar, lo más novedoso de este libro es que intenta contextualizar la guerra del Pacífico en el curso más amplio de la historia mundial.

De esta forma, la guerra es un antecedente en pequeño de lo que sería aún más dramático en las postrimerías del siglo XIX y, particularmente, en 1914: los militares de las potencias mundiales obviarían las lecciones dejadas por la guerra de secesión en Estados Unidos (1861-1865) y la guerra franco-prusiana (1870-1871). En vez de reconocer que los avances tecnológico-militares en el alcance y precisión de los nuevos rifles y cañones de retrocarga y ánima rayada hacían que las antiguas tácticas de la era napoleónica —como el atacar frontalmente en columnas cerradas— quedaran obsoletas, los tres países beligerantes insistieron en ellas, con funestos resultados. Posteriormente, y a pesar de tener observadores en la guerra del Pacífico que informaran sobre ello, los ejércitos europeos insistieron en las tácticas de vieja escuela. Esto último se dio quizás por el desdén con el que observaron a los combatientes del Pacífico sur, a los cuales consideraron poco más que huestes relativamente primitivas. Y es este segundo punto, el de la capacidad combativa de las naciones en lucha, otro aspecto interesante del libro que se reseña. A pesar de que ofrece poca información nueva, el análisis de la misma hace que la obra de Sater sea valiosa. Si bien la historiografía tradicional de ambas partes del conflicto ha enfatizado todas las limitaciones y deficiencias de las fuerzas armadas de sus respectivos compatriotas, como contrapartida cada una ha tendido a sobredimensionar las capacidades combativas de su adversario. Sater le da una mirada más uniforme a los tres combatientes, con lo cual llega a la conclusión de que, en realidad, ninguno de los tres países contaba ni con marinas ni ejércitos suficientemente aptos para llevar a cabo adecuadamente una guerra moderna. Además de compartir las mismas deficiencias en doctrinas tácticas, carecían de armamento uniforme y moderno, entrenamiento, alimentación, servicios de apoyo logístico y médico, etc. En ninguno de los países hubo suficiente entusiasmo por la guerra como para llenar los ejércitos y marinas de voluntarios, de manera que tuvieron que recurrir a la leva forzosa. Es a esta temática a la que estaría haciendo referencia el título del libro: en lugar de apelar a una épica narrativa, ya sea de patrióticos defensores o de heroicos expedicionarios, se muestra la tragedia de soldados de tres fuerzas armadas peleando en territorios sumamente agrestes sin contar con las mínimas condiciones necesarias para la supervivencia, y mucho menos para llevar a cabo operaciones militares efectivas.

Otro sugestivo aspecto de Andean Tragedy es su análisis de las causas de la guerra. Correctamente, descarta los reclamos de las historiografías tradicionales aliada (que la guerra fue deseada por Chile para conquistar los territorios salitreros del Perú y Bolivia) y chilena (que la guerra fue deseada por el Perú para hacerse del monopolio salitrero mundial) al considerarlos como teorías de conspiración inspiradas por las pasiones de la guerra y su legado. Hace más bien un símil muy idóneo con el inicio de la Primera Guerra Mundial: en ambos casos, la guerra no fue deseada por los combatientes, pero una serie de acontecimientos y la presión popular doméstica fueron las que arrastraron a que Mariano Ignacio Prado no se mantuviera neutral y a que Aníbal Pinto tuviera que declarar la guerra. En lo que sí coincide Sater con otros analistas como Basadre es que el papel de Hilarión Daza como provocador fue fundamental para desencadenar el resto de los hechos. Ahora bien, es posible que el contenido del libro de Sater lleve a un lector peruano de tendencias nacionalistas a considerar a dicho autor chilenófilo, más aún si tenemos en cuenta que sus obras anteriores tratan sobre el país del sur y que en sus agradecimientos figuran principalmente académicos chilenos. Sin embargo, opino que no es este el caso. Por ejemplo, queda perfectamente claro en su texto que las tropas chilenas cometieron diversas atrocidades durante el transcurso de la guerra. Estas, sin embargo, tienen también su explicación. Así, están la tenacidad con la que se defendían los peruanos, quienes a veces se rehusaban a rendirse aun cuando estaban derrotados; el uso de minas terrestres por parte de estos, en contravención de lo que los chilenos consideraban una guerra honorable; y rumores fundados e infundados de atrocidades peruanas contra los chilenos. También señala que si bien hubo oficiales que promovían el exterminio en sus arengas, también hubo aquellos que intentaban controlar los desmanes de su indisciplinada soldadesca. De otro lado, tampoco deja sin explicación las atrocidades peruanas: trata de ser comprensivo con la mutilación de cadáveres chilenos durante la campaña de la Breña, puesto que los soldados del sur cometieron violaciones, robos y asesinatos. Estamos, pues, ante una guerra particularmente trágica, en la que los ciclos de violencia se retroalimentaban mutuamente, pero sin una política abierta de ninguno de los beligerantes para cometer atrocidades contra el otro. Recordemos, no obstante, que la explicación de un fenómeno no implica su justificación. La obra de Sater cuenta con algunas limitaciones que serían fáciles de corregir en una edición futura. En la descripción de la configuración geográfica del Perú (escenario de la mayor parte de las operaciones) aparecen ciertas imprecisiones, que son agravadas por el hecho de carecer el libro de un mapa general. Además, varios nombres de lugares y personas aparecen en forma errada ocasionalmente. Por ejemplo, se señala que Cáceres salió de Lima rumbo a la sierra central pasando por Chiclayo (en lugar de Chicla, p. 301) y que Williams Rebedollo (en lugar de Rebolledo) comandaba la flota chilena (p. 356).

En líneas generales, Andean Tragedy cumple con sus objetivos. Inserta la guerra en el curso de la historia mundial, explica sus causas y analiza a sus combatientes. Y si bien la descripción del desarrollo del conflicto es bastante convencional, lo resaltante del libro es que esto se hace sin recurrir a la retórica nacionalista que plaga los textos clásicos sobre el enfrentamiento bélico. Hasta ahora, el investigador que deseaba informarse sobre la guerra del Pacífico tenía siempre delante de sí la pesada tarea de distinguir entre aquello que era medianamente fáctico y aquello que era propaganda nacionalista. Por fin hay un libro académico contemporáneo que resuelve este problema.

Jorge Bayona Matsuda
Pontificia Universidad Católica del Perú